De tus labios, hasta el desprecio que dijiste,
¡es canto!
Sonó la orquesta: un violín lanzando
sus notas en ecos de culpa;
unas trompetas susurrando penas ajenas;
y el maestro lloraba lágrimas de Dios
¡lágrimas de Dios!
De tus ojos, hasta la mirada de desprecio que hiciste,
¡es caricia!
Siguió sonando la orquesta: un arpa expulsando de su alma dos frases:
¡discúlpame! ¡quiero estar sola!
y de tu alma, señorita pura,
hasta las lágrimas amargas son dulces.
¡son tan dulces!
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